LA FUERZA DEL PAISAJE

El Kluane manchego

Emb.de La Toba. Uña.
© J. Lorite. 2014.
  El invierno atenaza el interior peninsular. Las tierras altas manchegas reciben el flagelo del temporal y sus gélidas noches aprovechan la calma de las aguas de espíritu léntico, que tras perder su bravo carácter con la llegada a los lechos anchos y llanos, serán sometidas en aterido castigo ante un verdugo de hielo.


El sosiego del ocaso

Domeño. Valencia.
© J. Lorite. 2014.




      Cuando la tarde muere y las sombras vencen a las luces, cuando las cimas insaciables engullen al sol tras soportar su abrasiva carícia durante horas, un sosiego inigualable se adueña del campo y de los hombres. Es la hora biológica para el sueño. El sueño de los seres libres que no entienden de horarios sino de luces y penumbras.

      Y aquellos que no tan libres, vivimos engañosamente inmersos en el significado, el valor y la conciencia del tiempo, nos regocijamos en el puro crepúsculo que nos ocupa, pensando en cuan feliz era el hombre antiguo que moría cada tarde con el ocaso, para hacerse vivo cada mañana con el alba.


 El gélido aliento del Cuervo

Nacimiento del río Cuervo. Serranía de Cuenca.
© J. Lorite. 2014.


 Aguas de Varrados, espejo de Pirineos

Lago de Varrados. Lérida.
© J. Lorite. 2014.

 Amor de sirena

Cullera. Valencia.
© J. Lorite. 2014.


      Petrificada en eterna espera, con los ojos clavados en el infinito marino y preguntando a la línea siempre horizontal por el paradero de su amado, la sirena se mantiene estoica y esperanzada recibiendo el fuego de mil soles y el flagelo de mil vientos.

      Decidme, gaviotas de plata, vosotras que os perdéis mar adentro sobre el milagro de unas alas, si veis algún pobre marino, rendido sobre la cubierta de su navío, o acaso aferrado a una endeble tabla tal desolado naúfrago. Decidle si le veis, gaviotas de plata, que aquí le espero aún, donde mismo quedé despidiéndole hace ya tanto tiempo. Decidle que aunque mis piernas son ahora de mujer y mi desnudez se ha vestido de sal, mi mirada tiene aún el mismo dulzor que él conoció cada vez que mis ojos le hablaron. No puedo ya cantar por que mi voz la ha secado el sol y se perdió en afonía llamándole entre la bruma de cada amanecer, pero sigo aquí resignada ante el mar, aunque fiel al mandato de mi corazón, que late desde dentro de la férrea estatua en que han convertido los años de espera a mi cuerpo.

Llegad hasta donde esté. Llegad y contádselo, gaviotas de plata.



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