LOS BUITRES

... cosas de La Portilla

Buitre leonado vs cigüeña negra. Portilla del Tiétar.
© J. Lorite. 2014.

      El tempranero sol de junio que mana de Las Corchuelas taladra en mil fisuras la mole de La Portilla. Se atusa y despereza el pueblo de los buitres que pernoctó en el emblemático cancho, cuando el Gran Duque, quizá el más popular de toda Extremadura, se duele de tanta luz en la intimidad de su grieta. Desde el dosel de abigarradas encinas que crecen a pie de roquedo fluye la regañina de los rabilargos, el milano rasea sobre los jarales y la nutria chapotea lúdica en las mansas aguas del Tiétar, perdida su irascibilidad en los estrechos de Gredos. Cerca, media docena de galápagos solean sus resecos caparazones hacinados sobre las piedras emergentes, y a escasos metros por encima del agua, el retoño del alimoche sufre un tormento de moscas que buscan las piltrafillas adheridas a los palitroques de su nido.

      Y cuando el sol alcanza su cenit, cuando el lagarto se postra mineralizado y las chicharras comienzan su monótono e interminable discurso, entonces el cielo se vuelve buitre; decenas de grandes alas lo toman como propio. Es el momento en que Monfragüe pasa a escribirse en mayúsculas. Perdidos e ingrávidos desde las altas cotas, observarán también a lo lejos la otra horda vecina que escala el cielo como ellos, enseñoreándose del Salto del Gitano.

      Y la cigüeña negra, húesped del imponente peñasco llegada del subsáhara, bailará con ellos aportando elegancia y color al ballet aéreo al que le invitan los grandes necrófagos. Hay aire para todos.
Sobre la colina, el viejo castillo curtido en guerras y calores, parece regocijarse ante el vuelo de unas alas que a veces parecen acariciar la pétrea piel de su torreón. 

      Es mediodía, me marcho. El cuerpo me pide sombra. Cuando agonice la tarde, el monte revivirá y será ocasión para volver a ver y luego poder contar... más cosas de La Portilla.
  
 

Una mano amiga

Buitre leonado. Mas de Bunyol.
© J. Lorite. 2014.

      El mundo del buitre es un mundo insalubre, de esencia indigente, de denostación, de calumnia..., el mundo del buitre es el mundo del trabajo sucio; necesario, indispensable, pero sucio, al fin.

      Pocos recuerdan, ni siquiera aquellos antiguos beneficiarios, los servicios sanitarios que prestaron al mundo rural cuando la vida del ganado o las bestias de labor tocaba a su fin; el viejo mulo rendido bajo años de ligazón con el arado, la torpe oveja coja y rezagada, olvidada hasta por el carea en algún rincón del páramo, el lustroso cochino, que aguardaba en la chiquera la postrera puñalada y que encontró antes la muerte en forma de enfermedad... Todos ellos alcanzaron el cielo, no de la mano de San Antonio, sino en el corrosivo estómago del buitre.

      Sin embargo, suerte que un puñado de "chiflados" se compadecen de estas incomprendidas e injustamente juzgadas criaturas. Uno de ellos es Ramón, el hombre-buitre diría yo, pues ningún humano conocido entabló nunca tan estrecho vínculo con una especie carroñera. Colgado en un agreste valle aragonés que irriga el Matarranya, se encuentra el comedero donde Ramón alimenta cada día de modo voluntarioso y altruísta, a varios centenares de buitres leonados. Del cielo se desploma una lluvia de alas ensombrecedoras cada vez que este hombre traspasa la puerta del recinto cercado a la intemperie, empujando una carretilla repleta de blancos conejos que ofrece una granja cercana.

      Cuando viajé hasta aquel agreste rincón de la Matarranya y conocí a Ramón, supe que con él los buitres tenían de verdad una sincera mano amiga.


El buitre leonado


Buitre leonado. Monfragüe.
© J. Lorite. 2014.



Buitre leonado. Siete Aguas. Valencia.
© J. Lorite. 2014.



Buitre leonado. Teruel.
© J. Lorite. 2014.

      Hace ya muchos años, cerca de veinticinco, que ví mi primer buitre leonado. Hasta hoy, y desde aquel día, habré visto seguramente varios millares. Pero ese primer buitre de mi adolescencia, que no infancia, quedó impreso a fuego en la mente "repleta de pájaros" que siempre tuve, como pocas otras observaciones de todas cuantas la Naturaleza me ha ofrecido hasta ahora.

      Marchaba yo aquel día vacacional del mes de julio, abrasado por todos los soles del Maestrazgo, sobre aquella primera bicicleta mía de carreras, habiendo dejado atrás cerca de cincuenta kilómetros desde el pintoresco pueblo de Peñíscola donde veraneaba por aquellos años, y en dirección hacia el interior castellonense. Escasos minutos hacía que habían desaparecido de mi vista los campos vestidos de aceituneros, y abríanse ante mi los montes que por allí llaman de Benifassar, cuando la silueta poderosa, dramática, casi paleolítica, del buitre leonado, mi primer buitre leonado, invadió mis retinas llenándome de dicha y emoción. Se disolvió entonces el sufrimiento del pedaleo, me olvidé del calor, de la distancia por recorrer de vuelta a casa. En aquel arcén paré para regocijarme bajo el cicleo de aquella prodigiosa criatura velera que a pocos metros sobre la sinuosa carretera y sobre mi mismo, parecía querer extasiarme de tanto poder y belleza unidos. Se perdió en la altura ingrávido, pero su ascenso se llevó pegado tras de sí el liviano peso de mis ojos, que no cesaron de mirarle hasta que dolieron de tanto forzarse en la lejanía.



Príncipes y tiranos


      Buitre leonado. Villarluengo. Teruel.
© J. Lorite. 2014.

      El cálido mediodía de agosto se sume en un cielo cárdeno que anuncia tormenta. Plomizas nubes se concentran hasta formar una ennegrecida techumbre que envuelve soberbios cantiles y fragosos barrancos. Al tiempo, sabinas y enebros bailotean presa de repentinos vientos que parecen ascender iracundos desde lo profundo del valle. La vieja y sobria ermita de sangre románica que se recorta a lo lejos sobre la suave loma, recoge toda la ira que manda la tormenta.

     Desde lo alto, una cascada de alas se descuelga con áspera fricción y vertiginosa caída hasta el cadáver de un mediano jabalí. La " bestia " quizá llegó hasta allí, al pie de un fuerte rocoso, herida de muerte tras la batida de dias atrás. En el penoso ascenso acortó su agonía para entregarse por siempre en un lecho de romeros y carrascas.

      Tras la amanecida, el pueblo de los buitres celebra el festejo desde lo alto con una veintena de pares de ojos taladrando el agasajo que el monte ofrecía ya con las primeras luces. Pocos minutos después un opaco telón de plumas cubre ya en tierra el macabro escenario; las cabezas ensangrentadas brillan en la distancia como cuchillo de matarife, y el corpezuelo del " cochino " se agita en el interior de su pellejo con las embestidas de una decena de acerados picos, como res devorada por hirviente banco de pirañas en cualquier recodo del Manaos o el Orinoco. Un tumulto de moscas danzando en torno al festín viene a cerrar tan dramático cuadro.

      A un lado, esperando su hueco y su momento entre los más hambrientos comensales, espera paciente el buitre aún limpio, aún gallardo, aún príncipe. Cuando el hambre le lleve a lidiar en el más dantesco de los campos de batalla, pasará a ser un despiadado tirano más.
...Y llovió al fin en el Bajo Aragón, para limpiar tanto drama en aquella mañana.


     
Buitre leonado. Cedrillas. Teruel.
© J. Lorite. 2014.



El gran monje

Buitre negro. Monfragüe.
© J. Lorite. 2014.


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