MAMIFEROS

Puro Gredos

Cabra montés. Sierra de Gredos. Ávila.
© J. Lorite. 2014.

      Gredos se esculpió con hielo y sangre; hielo que revienta la indolencia del granito agudizando sus crestas y sangre la derramada por el sable incompasivo de Almanzor. El Tormes baja bravo tallando angosturas sabiendo de aquello, y sus aguas cantarinas no se amedrentan al entrar en los estrechos sobre cuyos vértices hoy ven a las cabras y ayer vieron a valerosos guerreros tendiendo emboscadas.

      El piornal cubre las lomas con hirsuta alfombra y el verde de musgo con que se viste la roca es pura pátina de piedra añeja. Dos águilas reales caen desde lo alto como una catarata enredada de amor y un cuervo se pierde en la sinuosidad de la hoz . Esmeraldas lagartijas se solean en los húmedos pedregales donde el pechiazul se descara ante el caminante. Mientras, dóciles reses pacen en las laderas custodiadas de cerca por apáticos mastines. La hierba que cubrió el invierno con blanco manto, la desnuda ahora la incipiente primavera.

     Afiladas cumbres, suaves y verdes lomas, herrumbrosos y cenicientos bloques graníticos, límpidos torrentes y sosegadas y oscuras lagunas que se abren en el epicentro de los montes. A pesar de todo ello, no sería Gredos si en ese escenario sin igual no se recortara la figura del macho montés, tan inherente a estas montañas como la misma piedra. Hoy Gredos, sierra de águilas y cabras, respira la paz de las soledades del Sistema Central y la transmite a su vez al que decide internarse en las entrañas de estas cumbres y valles en busca de la más ancestral y placentera de las sensaciones; vivir al aire libre.


La cumbre por patria

Cabra montés. Sierra de Gredos. Ávila.
© J. Lorite. 2014.
      Ruge el ventarrón de marzo en las alturas. La primavera llama a la puerta pero el invierno no le abre. Se niega a someterse a la trampa de sus encantos; se despedirá con todo el brío que apenas mostró meses atrás en su rebelde adolescencia. El viento descarna de nieve las crestas y la manda ladera abajo envuelta en ira, acribillando con gélido flagelo los valles. El cielo agita las nubes con violencia, tal navíos a la deriva bajo el castigo de una galerna. El piornal emprende un bravo baile que hace ondear al altiplano como áurea bandera a punto de desgajarse de su enraizada asta. La lluvia se desprende oblícua e irascible desde aquellas nubes inmensas, que a pesar de su veloz trasiego por el cielo plomizo parecen recrearse liberando a su paso el agua que las ennegrece.

      Unas agudas piedras de cantos cortantes como dagas ruedan sonoramente a lo largo de la pedregosa pendiente; sobre el vértice de la ladera aserrada con dientes de granito, un macho montés desafía la cellisca enriscándose sobre el roquedal. Desde su pétreo fortín, como altivo vigía de Gredos, deja perder su mirada en el más puro y agreste horizonte que puedan contemplar nuestros animales.

      Se ha calmado por momentos la tormenta y pacíficas nubes albas se abren de nuevo en el celeste. Insistirá la primavera llamando a la puerta del invierno. Y éste no abre.


Montes de Valencia. Sol y cabras

Cabra montés. Cortes de Pallás. Valencia.
© J. Lorite. 2014.
 
      El dulce litoral valenciano nos habla de una tierra suave, desenfadada, de femeninas sinuosidades con especial encanto, mezcla de arena y azahar, aderezado con la tierra blanda de decenios dedicados al arroz, a la huerta, al cítrico...

      Pero tierra adentro, más allá del horizonte en el que cada tarde el sol es engullido ante la pasividad de la Albufera, se extienden dos agrestes comarcas cuya orografía muestra toda la esencia de las abruptas tierras altas del interior. Soberbias moles rocosas, encajonados barrancos y angostas hoces tallan el oeste valenciano acogiendo a la criatura que mejor se adapta a estos relieves de vértigo; la cabra montés.

      Júcar y Cabriel, hijos de cuna manchega, bajan unidos en uno labrando en su descenso paisajes de inveterada esencia, reino del pino y la piedra, patria de generaciones de cabras descendientes de sangre andaluza. 

      Sobre las agrestes cresterías los grandes machos blanden sus marciales cuernas a los vientos de Levante, recios paladines curtidos en la aspereza de las sierras del este, bañadas de interminable sol.

      Anochecerá en el valle de Ayora y en la Hoya de Buñol, y con el crepúsculo se retirarán hasta que las cite el alba varios millares de cabras ante la lejana mirada del noble Mediterráneo.


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